Lanzando comentarios rompedores
dividirte desean en dos partes,
haciendo gala de nefastas artes
más propias de imposibles soñadores.
Querida madre mía, ¡no, no llores!,
que dispones de férreos baluartes
dispuestos a fundir sus estandartes
en un lienzo de todos los colores.
Cantando me dirijo a defenderte,
fielmente acompañado de mi pluma,
sin el más leve signo de congoja.
¡Madre, me niego a no volver a verte!,
es pensarlo y mis venas dan espuma,
siempre será tu amor el que yo escoja.
Eres tú en quien a todas horas pienso,
en tu boca sedienta y despoblada,
en la sonrisa que hay en tu mirada,
en el abrazo de tu amor inmenso.
Si al colmarse de estrellas la velada
no diviso tu piel de leve incienso,
mi corazón, en el que llueve y truena,
escoge un canto fúnebre, que suena.
Entraste, por sorpresa, en mi triste guarida
liberando un frescor propio de fin de año,
un soplo abrasador de maleable estaño
que unió, al instante, tu corazón a mi vida.
Me brindaron tus ojos una grata acogida
pues, a pesar de ser casi un total extraño
para ti, por mi parte no hubo ningún engaño
en todo cuanto por la boca di salida.
Nuestro primer encuentro, un completo derroche
de atractivos matices y sabrosas esencias,
quedando embelesado por tu piel enlutada.
Sin darnos cuenta vamos consumiendo la noche,
entre vinos, sonrisas y oscuras confidencias
te miro y reconozco a mi mujer soñada.
Dos faros apuntando al infinito
siguen distintas sendas sin cruzarse.
Un par de manos en intenso rito
se funden para nunca separarse.
Eres más que una grata compañía,
eres sol, luna, luz de primavera:
la soledad de la mañana fría
cesa con tu mirada, compañera.
Tu imagen crea música en mis ojos,
música de románticas canciones;
sonríen al cantar tus labios rojos,
como sonríen nuestros corazones.
Convencido, mi vida a ti consagro,
de tu cariño mi cabeza inundo:
tus dulces gestos obran un milagro,
me hacen el hombre más feliz del mundo.
Cuando la piel me luzca encallecida
habré usado mis años en quererte.
Sígueme en mi paseo por la vida,
besémonos al traspasar la muerte.
El sol aparece,
las nubes se esconden,
cuando me contemplan
tus ojos marrones.
La risa se acaba,
la pena me absorbe,
si no tengo cerca
tus ojos marrones.
Fugaces los días,
eternas las noches,
igual que tus ojos,
tus ojos marrones.
Todo quiero inundar de poesía,
rescatar del olvido la esperanza
sodomizada por la hipocresía.
Deseo en África sembrar bonanza,
que su asolado cuerno mire a Europa
y le regale un dedo por venganza.
Época de indecencia hasta en la sopa,
el dimorfismo ilógico es un hecho
que a lomos de la sociedad galopa.
Las rancias monarquías por derecho
ya no tienen lugar en Occidente,
porque todos llevamos en el pecho
la misma sangre roja y nuestra frente
luce empapada en sal por el trabajo.
En Jesucristo soy leal creyente,
y con mi fe y mis rezos lo agasajo,
los mandamientos bíblicos, ¿qué es eso?,
credos no sigo, con fervor ultrajo.
¿Está la Tierra en pleno retroceso?,
sus límites los marca el ser humano,
ella odia la injusticia pobre-obeso,
todos sus bienes posa en nuestra mano
para no ver estómago sin nada,
el vergel convertido en un secano:
la vida por el hombre masacrada.
Yo, otro testigo más de esta sangría,
mientras el verso temple mi alma helada,
todo voy a inundar de poesía.
Se me echa encima la noche,
otra tierna madrugada
me contempla, me acaricia,
me compadece y me abraza.
Gravita para mí el mundo
y para el resto descansa.
¿Qué daño habré cometido
para tener esta carga?
¿Por qué me veo forzado
a tratar con alimañas?
Todos a mi alrededor
ven y escuchan, pero callan.
En la boca sólo un "dame"
y muy pocos "¿qué tal andas?"
Me dicen: contigo pérdidas
solo y ninguna ganancia.
Atrevida afirmación
que desbarajusta el alma
y adjudica forma y cuerpo
al manantial de mis lágrimas.
¡Qué frágil es la memoria
ante ciertas circunstancias!
¡Qué velozmente olvidamos
el eco de las palabras!
¡Qué desdichado es el ave
que en su cárcel llora y canta!
¡Qué desgraciado es el hombre
temeroso del mañana!
Menos mal que cada día
me refugio en la esperanza.
¡Hasta el calor palmea acalorado
en esta alegre tarde de pañuelo!
El novio, en santa casa, aparta el velo
a la novia con gesto enamorado.
Una lluvia de arroz apresurado
ocupa espacios tras su torpe vuelo;
se funden las miradas en el cielo
de estrellas y palmeras constelado.
La soledad observa estremecida:
dos suspiros unidos de por vida
ante la insigne bendición de un cura.
La familia al completo y los amigos
bajo la noche clara son testigos
del dulce fruto que el amor augura.