Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía (Gustavo Adolfo Bécquer).
Que como el Sol sea mi verso, más grande y dulce cuanto más viejo (Miguel Hernández).
Eres tú en quien a todas horas pienso,
en tu boca sedienta y despoblada,
en la sonrisa que hay en tu mirada,
en el abrazo de tu amor inmenso.
Si al colmarse de estrellas la velada
no diviso tu piel de leve incienso,
mi corazón, en el que llueve y truena,
escoge un canto fúnebre, que suena.
Entraste, por sorpresa, en mi triste guarida
liberando un frescor propio de fin de año,
un soplo abrasador de maleable estaño
que unió, al instante, tu corazón a mi vida.
Me brindaron tus ojos una grata acogida
pues, a pesar de ser casi un total extraño
para ti, por mi parte no hubo ningún engaño
en todo cuanto por la boca di salida.
Nuestro primer encuentro, un completo derroche
de atractivos matices y sabrosas esencias,
quedando embelesado por tu piel enlutada.
Sin darnos cuenta vamos consumiendo la noche,
entre vinos, sonrisas y oscuras confidencias
te miro y reconozco a mi mujer soñada.
Se me echa encima la noche,
otra tierna madrugada
me contempla, me acaricia,
me compadece y me abraza.
Gravita para mí el mundo
y para el resto descansa.
¿Qué daño habré cometido
para tener esta carga?
¿Por qué me veo forzado
a tratar con alimañas?
Todos a mi alrededor
ven y escuchan, pero callan.
En la boca sólo un "dame"
y muy pocos "¿qué tal andas?"
Me dicen: contigo pérdidas
solo y ninguna ganancia.
Atrevida afirmación
que desbarajusta el alma
y adjudica forma y cuerpo
al manantial de mis lágrimas.
¡Qué frágil es la memoria
ante ciertas circunstancias!
¡Qué velozmente olvidamos
el eco de las palabras!
¡Qué desdichado es el ave
que en su cárcel llora y canta!
¡Qué desgraciado es el hombre
temeroso del mañana!
Menos mal que cada día
me refugio en la esperanza.